Mientras admiraba yo el lienzo celeste, a merced del danzar de las olas, fue cuando lo volví a ver. Bueno, más que ver, presencié su llamada. El chirriar de la madera, la guerra entre el viento y las velas. Parecía eso una lucha de titanes, navío contra mar. Y era él, el Pailebote Centenario. Como un fantasma se desveló ante mis ojos. Un escalofrío me erizó la piel. Enmudecida, la brisa y chapotear del agua llenaban de melodía la melancólica escena. El barco de mi familia, incautado muchos años hacía ya, aún conservaba una fina capa de harina que cubría sutilmente las paredes de la bodega. Y, aunque como ser racional me defino, presa de la emoción que me invadió en ese momento, en ese instante, los actos que tuvieron lugar a continuación no hay forma racional de explicarlos.
Míriam
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