Por la noche, en el puerto nos movíamos sigilosamente como gatos, hasta llegar al velero Santa Eulàlia.
Los dos marineros dormidos no se enteraron de como los dejamos en tierra y quitando los amarres de popa y levantando anclas, nos fuimos navegando en silencio mar adentro.
Cuando estuvimos en las coordenadas secretas en algún lugar del inmenso océano...
-ATENCIÓN, silencio, hemos llegado.
El sonido del mar y el tiritar de dientes de mi esbirro se enmudeció con dos delfines saltando alrededor nuestro.
Entonces empecé.
-Mar sabio!
-Estoy aquí con este pailebote centenario, 100 años después de la promesa de la sirena.
-Muéstrate sirena y cumple tu palabra y dame el tesoro.
-Aquí estoy!-dijo una sirena con un cofre en la mano.
-Gracias sirena, adiós.
Me senté delante del timón y al abrir el cofre, una montaña de monedas de oro salieron por toda la cubierta mientras cantaba y bailaba.
Charles Darwin
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