Estaba amaneciendo de camino a una aventura que llevaba varios días atrás planificando con detalle.
El olor al mar, el sonido de las olas rompiendo en la orilla.
Ni las palabras de cariño de mi amada podían apaciguar los nervios que me provocaba el momento de mirar el reloj.
Un sol maravilloso, gaviotas como cometas.
En el puerto amarrado, allí estaba esperándonos un barco alucinante, blanco, un velero grande, la pasarela preparada para subir, un paso en ella y crujió la madera.
Mi corazón temblaba de emoción.
Pero para desgracia mía, el marinero encargado de la pasarela, no colocó bien los amarres y caímos al mar cuando subíamos mi amada y yo.
El majestuoso pailebote centenario se marchaba, mi aventura en el Santa Eulàlia parecía haber acabado...
Cuando el capitán mandó que nos dieran ropa nueva de marineros y acogidos como su familia, navegamos mar adentro hacia una isla bellísima.
Charles Darwin
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