dijous, d’abril 5

JUEGO DE ESPEJOS

Saco a saco, los marineros llenaron de sal mis entrañas. Cuando levaron anclas, comencé a navegar rumbo al oeste. Vientos de poniente me empujaron suavemente hasta que las aguas se abrieron a un horizonte inmenso que se curvaba en la lejanía. Nuevos y extraños vientos dispersaron gotas de sal y yodo sobre mis velas. Sentí profundas corrientes desconocidas rozándome, frías y densas. Pude incluso ver cómo la luz se extinguía en la profundidad abisal hundiéndose en tinieblas heladas, imperceptiblemente sacudidas por los movimientos de extraños seres marinos. Asomado a ese abismo alcancé a ver, como en un espejo, la estructura rota de mí mismo, viejo pailebote centenario flotando en la penumbra. Un escalofrío de espanto me sacudió, alcanzó el timón y traspasó al joven timonel que lo guiaba, que pudo ver, como veía yo, las cuencas vacías del esqueleto todavía aferrado al timón mecido por las corrientes abisales del océano.

Ismael

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